miércoles, julio 11, 2007

Calamita

Hace poco, hará unos días... caminaba a tientas en la noche, tan solo guiándome por el tacto en aquella inmensa oscuridad y por una extraña sensación que me atraía.

Mochila cargada de ilusión, corazón exaltado, agitado por el gozo y de la mano a una personita que cada día descubro más sorprendente y extraordinaria, y ella sin saberlo me estaba regalando una alhaja...

Caminaba y me saciaba saboreando por adelantado venideros días de contacto con la vida, de dormir enfundada y acariciando estrellas, de preparar café de puchero, de bailar al sol mientras te desperezas, de oler el rocío, de sentarnos tras una lumbre y bañarnos de naranja mientras sonaba el canto de alguna historia. Amados días de Gaia, días de remanso y paz.


Caminaba encaramándome a resbaladizas rocas, metiendo el pie en charcos, calándome por dentro de una emoción que no era capaz aún de canalizar.

Caminaba inmersa en mi entusiasta forma de mirar lo vivo, intentando llevar la cabeza baja, mirándome los pies para no tropezar y pretendiendo no escuchar, no dejarme llevar por ese tono, esa energía, ese mimo, esa atención que sin saber por que me iba atrapando en cada pasito que daba.

Y caminamos, caminamos durante unos días.

Días donde pasaba las horas buscando su contacto, su línea visual, días donde me quedaba embelesada con su plática y saber recitar. Días donde sin quererlo le buscaba constantemente. Días donde sin saber cómo solo buscaba el encanto de sentirle cerca, observarle, intentando buscar, analizar el detalle, buscar el defecto que me salvase de caer en sus brazos. Vago intento. Ridículo miedo. Nigromancia.

Solo encontraba nubes esponjosas sobre las que me quería tender a su lado. Solo encontraba sobrecogimiento, té con gotas del éxtasis.

Instantes, momento tras momento imantada a un polo desconocido, cual barra de hierro que nada puede hacer ante la cercanía de ese, el hierro magnético, atractivo hechizo de magnetita. Días donde mi interior no dejaba de hacer piruetas, saltos, volteretas y más saltos. Calamita.

Días de alhaja, días de fortuna. Erario. Tesoro del mundo buscando refugio, buscando guarida, calor, cobijo y retiro. Y yo, cueva.

Lancé al espacio letras que me delataban, breve tiempo, sin tropiezos ni dificultades.

Y encontré respuesta: “La soledad tiene suaves, sedosas manos, pero sus fuertes dedos oprimen el corazón y lo hacen gemir de tristeza.”

Sí, así es:

“La soledad es el aliado de la tristeza y el compañero de la exaltación espiritual.”

… pero hay más, la vida tiene más dentro de si misma y nos permite renacer. Nos permite movernos entre ciclos, desplazarnos, cambiar… aprendiendo en cada estación.

“a menos que una persona vuelva a nacer, su vida seguirá siendo una hoja en blanco en el libro de la existencia”

Y la vida me llevo a otro ciclo :-) Volví a renacer, otra vez, otro nuevo despertar.

Un renacer perenne de la purificación generada desde la experiencia, y aprendida con su apéndice, el dolor, que cada día aprecio más, que cada día valoro más. Consciente de todo lo que me ha entregado, de todo lo aprendido.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Mencanta esta foto de todos riendo. Desapareciste del cuadro en el momento adecuado, te hiciste invisible con tu cámara para los que estábamos allá y, como tienes buen ojo, captaste la alegría relajada.
¡Con qué ojo tan tierno nos miras!
Gracias.
Un beso, amor.