La tendencia social del ser humano a relacionarse nos lleva a apelotonarnos en diversas grutas, donde los decibelios traspasan la piel y los fragmentos de alcohol evaporado se aglutinan formando, al final, un compacto. Movimientos que acompañan el ritmo, cruces de miradas entre desconocidos, jugar a adivinar quién es quién, coqueteos, risas, diálogos vacuos. Roles jugados una y otra vez por cada uno de los presentes, noches semejantes que alimentan el ‘yo del júbilo’.
Se habla de una química que atrae energías similares, experiencias afines, análogas identidades. Y quizás sea cierto, quizás paralelismos, ¿casualidad o causalidad?.
Como flor del edelewiss, sale de algún lugar recóndito una identidad singular. Mirada con carácter y templanza de colores. Diálogo hábil, sagaz. Su estilo me seduce, tiene aplomo. Se descubre, muestra que sus manos han elegido dedicar sus días a la miodinia del órgano motor, y continua mi sorpresa .
El tiempo se convierte invisible al instante, transcurren las horas y nos saluda la mañana. El fluir se apodera de la circunstancia mientras compartimos espacios del ensayo de nuestra vida, experiencias. Curiosa es la empatía, ayudando a ensalzar cada gota del poema.
Siento y tiemblo. Fantasmas con las cadenas formadas por el plomo de mis miedos se acercan al presente. Los evito, los sacudo. Vivo.
No quiero bañarme con la fantasía en el mar, si ésta no está sedienta de estrellas que lo arropan.
Pero tendrá sed? Como adivinarlo…?
He hecho magia, y algo se encoge por dentro.
El escepticismo intenta difuminarlo para recoger así
la esencia de lo que ya es mío, el recuerdo.