
Si alguien le preguntara de donde viene, o a donde va, él respondería con un millar de aventuras acumuladas en su bagaje. Con la alegría que le caracteriza y la sociabilidad del que ha sabido compartir culturas, aclimatándose allí donde sus pies le llevasen.
Hoy, se sienta solitario tras el cristal de un bar, con su molesquine abierto y pluma en mano. Hoy está solo, ya nadie acompaña sus pasos, ni observa el misterio de sus fotografías. Hoy volverá calmar su sed con palabras que describen a su desconocida.
Siempre con ganas de enamorarse, siempre con curiosidad femenina, pero a sus casi 35 años aún nadie ha engendrado ese extraordinario desorden, no encuentra ese alborozo que emborracha el corazón.
Como un puzzle, va tomando porciones de mujeres con las que se cruza en el camino, construyendo así la dama elegida. Dejando atrás corazones partidos a quién no ha sabido colmar sus días. Su alma vagabunda le procura movimiento, siempre en movimiento. Pero sabe que una madurez solo no dona la riqueza de quién disfruta acompañado, de quién se hace cómplice y camarada.
La fuerza del deseo le conduce a seducir, a linsojear con cada mujer. Tan solo una mirada de quién le recoge haciendo autostop se le clava de forma irreflexiva, conjugando sueños con impulsos y regalándole ese estado placentero de lo que pudo ser. Una fina camisa de seda abierta y él construye un carácter, una forma, un desenlace.
Caderas que se atrapan con dos manos. Cobrizos que le recuerdan a la armoniosa puesta de sol. Pies desnudos que se asoman entre el vuelo de una falda. La silueta de una mujer que descansa en la cama de aquél albergue. Una pulsera abrazando la tostada piel de un tobillo delicado.
Son tantos los encuentros, las conquistas, los recuerdos, que a ratos desea que fluya y nunca termine. Quizás ella, la que escucha y ve, pero nada pide. Quizás vuelva a ese primer amor. Quizás sea cierto que nos marca e impide encontrar. Quizás…
Pero él, siempre sin fechas, y sin el reloj regalado de Cortazar, creyendo que hay cosas que solo se entienden cuando se pierden. Y perdiendo así lo profundo, lo continuo. Dejándose llevar por la música aunque ésta haya acabado…